13 Feb
13Feb



13/02/2019, Concha Roldán Panadero y María José Guerra Palmero

En la presentación del anteproyecto de una nueva Ley Educativa, el pasado 14 de diciembre, nos encontramos con la desagradable sorpresa de que no cumple plenamente con el acuerdo parlamentario sobre la recuperación de un ciclo formativo de Filosofía organizado en tres cursos. La Lomce había suprimido dos de las tres materias de este ciclo: la Ética de 4º de la ESO y la Historia de la Filosofía de 2º de Bachillerato. El pasado 17 de octubre, en la Comisión de Educación del Congreso de los diputados, se lograba una suerte de milagro político, aunque el acuerdo debería ser lo habitual en el terreno educativo.  Se alcanzaba un consenso entre los cuatro partidos mayoritarios (PP, PSOE, Ciudadanos y Unidos Podemos) acerca de la vuelta y la restitución de la Filosofía. Tras el fracaso del Pacto Educativo en la anterior Legislatura, el acuerdo sobre el ciclo de Filosofía fue recibido como una magnífica noticia por la opinión pública. No hace falta decir que dar estabilidad al sistema educativo es una demanda del profesorado, los padres y madres de familia y del mismo alumnado. La educación es el pilar sobre el que descansa no sólo la misma democracia sino el desarrollo y la prosperidad de cualquier país.

En el periodo de aportación de enmiendas del Consejo Escolar del Estado al anteproyecto de la nueva Ley, una asociación de estudiantes (CANAE) cuestionó la ausencia de la Ética, que sería el único curso de Filosofía en la Educación Secundaria Obligatoria, pues esa ausencia dejaría al alumnado que no curse Bachillerato y haga Formación Profesional, o que abandone los estudios, sin ningún contacto con la Filosofía Práctica. El proyecto del Ministerio se decanta por la denominación de Valores cívico-éticos con una asignación horaria mínima y no adscritas al profesorado de Filosofía. La Ética queda reducida, de facto, a una mera educación en valores que no llega aplantear la reflexión rigurosa sobre las cuestiones básicas de la libertad, la felicidad o la justicia, ni proporciona las herramientas lógicas, argumentativas y deliberativas que conforma el acervo de la filosofía moral. El modelo se asemeja a la formulación de la enseñanza moral y cívica del sistema francés, pero no le da la relevancia debida al eliminar la Ética en el último curso de la enseñanza obligatoria. De esta manera, no hay reflexión explicita sobre los derechos y los deberes, ni se sistematizan los elementos requeridos para la construcción de la autonomía del individuo y para vertebrar la reflexión sobre su futuro profesional en términos que conjuguen la autorrealización personal y la responsabilidad social. A los quince años es cuando se empieza a tener madurez cognitiva y emocional para afrontar conscientemente la asunción de derechos y deberes y reflexionar con seriedad sobre el papel a desempeñar en la sociedad y en el mundo. El final del Educación Secundaria es un momento de toma de decisiones con gran repercusión en las opciones futuras de los jóvenes.

En cuarenta años de democracia hemos tenido cinco leyes educativas, en las que la Ética, o su versión degradada de educación en valores, ha sido a veces pensada como una alternativa a la enseñanza de la Religión, reforzando así un doble malentendido: que la Ética es un mero sustituto de la Religión para personas no religiosas y, a la inversa, que las personas religiosas pueden vivir sin conocer, por ejemplo, la sabiduría práctica o phrónesis de la ética aristotélica, o la exigencia universalista del imperativo categórico kantiano y su formulación de la dignidad humana. La Ética conlleva, frente al pluralismo religioso propio de una sociedad democrática, una exigencia de universalidad y de rigor que debe formar parte de la educación básica de todo el alumnado. Por otra parte, la impuesta reducción de la Ética, que es la disciplina filosófica que examina la validez de los juicios morales, a un mero listado de valores, la deforma y la empobrece. La comunidad filosófica española se congratula de haber consolidado un acervo de filosofía moral en el ámbito educativo que no debería ser desdeñado y que ha sido ampliamente reconocido en el mundo iberoamericano. La filósofa Adela Cortina, entre otros, ha puesto de manifiesto una y otra vez la necesidad y urgencia de la Ética.

Otra muestra de la devaluación de la Ética, esta vez en el ámbito universitario, es la decisión de la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación), avalada por el Ministerio del ramo, de incluir la Ética y la Filosofía Política en el campo de las Ciencias Sociales, separándola del tronco filosófico al que pertenece. Una decisión que no podemos tildar sino de kafkiana y que está teniendo consecuencias muy negativas en el desarrollo de las carreras profesionales de los profesores de Ética y Filosofía Política, y por ende en la misma formación de los estudiantes de Filosofía. El mismo tipo de dislate aqueja a la categorización de los proyectos de investigación, en la que una nueva área de ‘Mente, Lenguaje y Pensamiento’ engloba a la Filosofía sin más distingos, algo que afecta a también a las solicitudes de contratos posdoctorales –Ramón y Cajal o Juan de la Cierva, entre otros-. Estas irracionales decisiones en las altas esferas de la administración, supuestamente habitadas por expertos capacitados, son sencillamente incomprensibles y arbitrarias. No existen, además, vías de apelación a estas erradas medidas. La transparencia y la rendición de cuentas por decisiones claramente objetables brillan por su ausencia. Por eso, desde la Asociación Española de Ética y Filosofía Política (AEEFP) y desde la Red Española de Filosofía (ReF) hemos demandado la revisión de unas políticas que parecen querer erradicar a la Filosofía práctica del panorama universitario. Nos parece alarmante y es necesario que la ciudadanía conozca esta lamentable situación.

Ha llegado la hora de tomarse a la Ética en serio, tanto en la educación secundaria como en la universitaria y en el ámbito de la investigación. Los retos de la revolución tecnológica y los cambios sociales que estamos viviendo requieren de profesionales y de una ciudadanía formados éticamente. No hace falta decir que la sociedad exige ética e integridad en las empresas, las organizaciones y en los mismos partidos políticos. Las buenas prácticas, los códigos deontológicos y la ejemplaridad, por otra parte, son imprescindibles en todos los ámbitos de la vida, profesional, personal, deportiva, empresarial... En resumen, demandamos, en primer lugar, al Ministerio de Educación y Formación Profesional, que se cumpla el consenso parlamentario sobre la Ética en 4º de la ESO y, en segundo lugar, que la ANECA, la AEI (Agencia Estatal de Investigación) y el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades reflexionen sobre cómo han podido cometer tales errores de bulto al no considerar que la Ética es Filosofía, Filosofía práctica, y subsanen, de una vez por todas, esta kafkiana situación. En definitiva, nos preguntamos con toda seriedad: ¿quién teme hoy en España a la Ética cuando es más necesaria que nunca?


* Concha Roldán Panadero es presidenta de la Asociación Española de Ética y Filosofía Polític

* María José Guerra Palmero es presidenta de la Red Española de Filosofía


Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO